Experiencia: “Sólo puedo decir gracias”

Gracias a nuestra paciente Gilmarie por compartir su experiencia en SOGC.

 

Hace unos meses, en septiembre para ser exactos, hice unos stories en Instagram indicando que había estado ausente durante unos días debido a una noticia que cambió mi vida, y la cual honestamente no podía aceptar. A finales de agosto cuando recibí el resultado de la prueba del síndrome down, mi ginecólogo me indicó que tenía que comenzar a asistir a unas citas con un perinatólogo. Septiembre, el mes de mi cumpleaños y el mes que cambiaría mi vida para siempre. El mes que me vio nacer y el mes que cargaría con la noticia de mi muerte. Sí, así como lo leen.

Cuando asistí a la cita del perinatólogo, me indicó que todo se veía bien con mi chica. Ya para ese momento sabíamos que Dios nos había bendecido con la pareja. Una hermosa niña aguardaba en mi vientre para nacer. El doctor me explicó que en muchas ocasiones esas pruebas se equivocan, pues al parecer el margen de error es bastante significativo. Pero si les soy honesta eso no me preocupaba para nada, yo amo a mi hija sobre todas las cosas, sobre todas las condiciones, sobre cualquier impedimento. SOBRE TODO. Mis hijos son mi vida y punto. Entonces… la cita tomó un giro inesperado.

El lunes antes de la cita con el perinatólogo había asistido a una cita con el cardiólogo, pues soy paciente cardíaca de nacimiento, pero eso no me impidió poder dar a luz de forma vaginal a mi primer hijo. El cardiólogo me había comunicado que todo estaba en orden y que yo me encontraba bien dentro de mi condición. El martes, cuando asisto a la cita del perinatólogo y luego de comunicarme que el bebé se veía bien, el doctor me preguntó si yo era paciente cardíaca, y que necesitaba ver mi último ecocardiograma. Cuando le enseñé el papel de los resultados, me preguntó qué me había comentado el cardiólogo al respecto, a lo que yo le indiqué que él me había dicho que todo estaba bien y bajo control. Entonces él procedió a marcar en ese papel palabras a las cuales no les preste atención, pues el cardiólogo me había indicado que todo estaba bien.

Luego de eso me pidió que regresara más tarde en lo que él hablaba con el cardiólogo. Casi una hora más tarde el perinatólogo me llamó a su oficina y entonces me dijo las únicas palabras que han derrumbado mi mundo en segundos y las cuales nunca se borraran de mi cabeza. “Mamá, sé que esta no es la razón por la cual estas aquí, pero lamentablemente tengo que comunicarte que tu corazón está enfermo. La condición que tienes hace que el parto sea un riesgo y muy probablemente no sobrevivas a él. Debes terminar el embarazo, pues a partir de las 28 semanas corres riesgos, y sabes de lo que estamos hablando ¿verdad? de que te puedes morir”.

En ese mismo momento mi hija, como si supiera que estábamos hablando de ella, comenzó a moverse. A mí se me fue el mundo al suelo, se me aguaron los ojos, se me nubló la vista, comencé a sudar frió, me faltaba la respiración. Yo no podía creer lo que estaba escuchando. ¿En realidad, ese hombre que estaba en frente de mí, el cual acababa de conocer, me dijo que tenía que escoger entre mi hija y yo, sin ninguna otra opción?

Lo peor de todo fue que solo tenia dos semanas para tomar la decisión. En el momento de la noticia yo tenia 22 semanas de embarazo y el propio doctor me aclaró que “en Puerto Rico, el aborto es legal hasta las 24 semanas”. ¿Alguien me puede explicar cómo en dos semanas se puede escoger entre dos vidas realmente importantes?

Llamar a mi esposo y a mi papá para darles la noticia fue lo más devastador que me ha pasado luego de la muerte de mi mamá. Tener que decirles que lo que para mi solo ocurría en novelas me partía el corazón. Debían ayudarme a decidir. Mi papá y mi esposo estaban devastados. Para ellos la decisión era obvia… me escogían a mí. Pero para mí no era nada fácil. Claro que quería vivir, claro que quería poder seguir compartiendo con ellos, sé que mi hijo de tan solo 15 meses (en ese momento) necesitaba a su mamá, pero cómo, cómo podía deshacerme de mi hija, que para mí, aún no había nacido, pero estaba viva. Como podría asesinarla y vivir con ello el resto de mi vida.

Entonces, decidí visitar a mi ginecólogo, para preguntarle, para que me hiciera entender si realmente eso era lo que estaba pasando. Recuerdo que él con toda la calma del mundo me dijo: “Doña Gilmarie (odio que me diga doña, pero él no lo sabe), vamos a coger las cosas con calma. Esta no eres tú. Eres mi paciente, yo te conozco y aquí tiene que haber un error. Vamos a repetirte el estudio y de ahí entonces veremos. No tienes porque abortar, si no puedes llegar a las 28 semanas, porque ese es el riesgo, pues buscamos que nazca en un término que junto a pediatras y profesionales pueda sobrevivir. Pero no te apresures”. En ese momento, entendí que mi decisión ya estaba tomada también y no me había dado cuenta. Mi hija era la escogida y mi parte la dejaría en las manos de Dios, quien nunca me había fallado. No les niego que ha sido lo más difícil, pues como quiera dolía, como quiera existía el miedo, la incertidumbre, pero todos los días hacía que valieran la pena y que mi fe pudiera sobrepasar todo eso que estaba sintiendo. Reconocía lo que estaba ocurriendo, pero como dijo el Pastor de la Iglesia en la cual me congrego, tenía fe de que todo iba a mejorar.

Me hice nuevamente el estudio y llegó el día que tocaba leer los resultados… mi ginecólogo solo me dijo: “viste, yo sabía que esa no eras tú”. Cuando me explicó los resultados, agradecí a Dios, y volví a sonreír. Nunca lo han aceptado, pero al parecer hubo un error de lectura. Los nuevos resultados daban un mejor pronóstico. Tuve que seguir visitando al perinatólogo, quien me ofreció unas disculpas por la situación, y aunque reconozco que no tuvo la culpa de todo, entiendo que falló como médico al nunca plantear repetir el estudio como posible opción además del aborto. Finalmente, terminó dándome de alta, notificando que mi ginecólogo exclusivamente debería atender el parto, no otro médico… Ya solo quedaba esperar al gran día.

Aproximadamente un mes y medio después, un 9 de diciembre de 2018, el gran día llegó y es que Dios es tan perfecto que no solo estamos bien las dos, sino que además mi hija decidió nacer sin que ningún médico estuviese presente. Sólo el personal de sala de partos fue quien recibió a mi chica y mi parto solo duró 30 minutos. Al mejor ginecólogo que existe, Roberto Burgos-Rodriguez, OBGYN, solo puedo decir gracias… jamás pensé que llegaría este día. Lloré tanto, oré tanto, tuve tanto miedo, pero gracias a Dios y a usted llegamos, y pasamos este día. Hoy quiero agradecerle todo lo que hizo por mí, por mi hija, por mi familia. Puede parecer pequeño e insignificante para usted lo que hizo, puede pensar que quizás estoy exagerando, pero para nosotros le salvó la vida a nuestra pequeña. Es gracias a usted que ella está aquí hoy. Quiero que sepa que jamás tendré cómo agradecerle lo que hizo por nosotros. Fue luz en medio de tinieblas, fue la esperanza en medio del miedo. Fue nuestro guía, nuestra seguridad, nuestro ángel.

Aún recuerdo con la certeza que usted me habló, aún recuerdo la calma en su tono de voz. Recuerdo que lo único que pensaba es cómo, cómo me puede hablar tan tranquilo… pero fue esa misma tranquilidad la que me brindó confianza. Sé que en la recta final me puse difícil, sé que de impertinente no quería atenderme con nadie más y cuando no era usted quien me atendía me enojaba, pero espero que pueda entenderme, estaba asustada y usted era el único en quien confiaba, el único que me transmitía paz. Siempre quedará grabado en mi corazón lo que hizo por nosotros. Le devolvió la tranquilidad y la sonrisa a mi esposo, a mi papá, y eso para mí vale oro. Definitivamente a usted se le puede llamar doctor, usted ama su profesión y lo demuestra siempre. Emocionalmente fue un embarazo agotador, pero usted junto a mi familia supieron darme la fortaleza necesaria. Gracias nuevamente por todo lo que hizo, no me voy a cansar de dárselas. Que Dios lo colme de bendiciones pues se merece cada una de ellas.

Ese día la decisión más difícil de mi vida, llegó a la conclusión más hermosa: de tener que escoger entre TU o YO, ahora somos cuatro: mi esposo, mi niño de 20 meses, TU Y YO.

 

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