28 Oct De dulce espera a amarga realidad
Te levantas un día con la sospecha de que probablemente ya la vida no será como antes. Llena de nervios, dos rayas en una prueba de orina te lo confirman. Comienzan a crecer las ilusiones y se llena la cabeza de sueños y planes que antes no existían. Compartes con todos tu alegría y los malestares propios del suceso, te dejan saber que se avecinan cambios que no modificarías por nada en la vida. Todo se define con perfección. Pero sin esperarlo, se asoma un inesperado aviso de tormenta y sin poder hacer nada, cómo mismo llegó, se escapa de tus manos esa vida. Dejándote un sentimiento muy difícil de explicar según tu vientre se vacía.
Ya no más patadas, ya no más nauseas, acidez, ya no más noches largas. Ya no más ansiedad y emoción por lo que viene. Ya no más consejos de esos no solicitados que te hacían reír o virar los ojos. Ya no más horas buscando ropita de bebé online, leyendo tips sobre cómo ser buena mamá, ni pasar horas debatiendo nombres ni motivos para el cuarto. Ya no más selfies de ladito en el espejo. Todo porque el “countdown” llegó a cero antes de tiempo.
Impotencia. Rabia. ¿Qué hice mal? ¿Por qué a mí? Sólo la que lo ha vivido lo entiende. Sólo la que lo ha vivido puede compartir el verdadero sentido de tus lágrimas. Mientras tanto, otros tratan de consolarte sin saber que sólo profundizan la herida. La pérdida de un embarazo duele, marca, traumatiza, transforma. Y no, no duele menos porque tenía poco tiempo. No duele menos porque soy joven y puedo tener más. No intentes consolarme tratando de que piense que un hijo sustituye a otro, o de que mi bebé merecía morir porque “a lo mejor venía mal”. No culpes a Dios. Si mi fe ya está a prueba por lo que estoy pasando, esas palabras me hacen sentir rebeldía. Prefiero consolarme pensando que un suceso imprevisto puede pasarle a cualquiera, pero no minimices mi pérdida.
Mejor cuéntame tu propia historia. Eso me ayuda a saber que entiendes mi dolor. Sino, llora conmigo cuando las palabras sobren. No evites hablar de mi bebé, porque escucharte nombrarle me muestra que para ti también fue importante. Dame permiso a sentirme mal delante de ti sin que esperes que lo supere pronto. Un simple “lo siento”, “estoy contigo” o verte dándole el apoyo que no puedo ofrecerle en estos momentos a mi compañero, significará mucho para mí en estas circunstancias. Y por último, no te olvides de mí, porque mi dolor no expira y me alivia saber que te tengo a mi lado aún cuando busco estar aislada.
A ti, que has sufrido la pérdida del fruto de tu vientre, sin importar la etapa; que tuviste que pujar a tu bebé dormidito o dormidita, o que simplemente no tuviste el tiempo suficiente para disfrutar la noticia de su llegada, siente el abrazo de 1 de cada 4 mujeres que como tú, hemos sentido en nuestra carne cuando se nos ha escapado un pedacito de vida. No estas sola, no eres invisible, tu historia cuenta.
Jay (BD, PPD, CBE)
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